Habían pasado ya muchos años desde que comencé ese viaje; los paisajes habían cambiado, también algunos pasajeros y hasta el medio de transporte se había modernizado.
Aburrido, hojeaba una revista cuando vi pasar a la azafata. El bamboleo de los pliegues de su pollera me dio una idea. La descarté enseguida por inmoral y por preever resultados infructuosos. La segunda idea que se me vino a la mente me pareció un poco más factible. Como la azafata ya se había alejado unos metros, tuve que acelerar el paso para alcanzarla.
- Disculpe, me gustaría visitar la cabina del piloto.
La azafata giró sobre sus talones de un sólo movimiento. Labios apretados, ojos en llamas, cabello elevándose por el aire como si de un sayayin se tratara.
- Me temo que eso no va a ser posible.
Mi frente ya empezaba a humedecerse. Suficiente valor me había costado acercarme a ella después de tanto tiempo y ahora tendría que enfrascarme en una justificación de mi pedido.
- Sé que estoy un poco grande para esto, estoy a punto de cumplir 28 años... - elevé la voz al decir esto último, esperando algo de simpatía por el resto de los pasajeros. Minga.
La azafata avanzó un paso hacia mí. Dudé si alejarme o quedarme en donde estaba y mientras estaba pensando qué hacer ella comenzó a hablarme en voz baja.
- La edad no es el problema, señor. El piloto es más viejo que usted y sin embargo puede entrar en la cabina. Lo que sucede es que usted no está preparado para entrar.
Supe que tenía razón de alguna forma, aunque no había entendido del todo lo que quiso decir. Arremetí con otro argumento.
- Por lo menos quisiera saber adónde estamos yendo.
Su rostro se empezó a deformar lentamente. Pasó del desconcierto al medio, luego a la perplejidad, luego a la angustia, luego al llanto. Sus piernas le fallaron y se desmornó de rodillas en el piso. Intentaba taparse el rostro con ambas manos para reprimir sus gemidos pero a esa altura ya todo el mundo nos miraba. Se puse de cuclillas a su lado, pasando mi mano por sobre sus hombros. Detrás de su llanto se escondían unas palabras.
- Usted no entiende... nadie nunca entiende...
De un golpe seco me tomó del cuello de la camisa, clavó sus ojos enrojecidos en los míos y se despachó con un discurso que desearía no haber escuchado jamás.
- El piloto es un monstruo. Un ente de miles de cabezas que fuma cigarrilos a destajo mientras cada uno de sus ojos está fijo en un instrumento diferente del tablero. Cientos de voces, antiguas como la civilización misma discuten sobre cuál sería el mejor destino. Hasta ahora nunca se han puesto de acuerdo. Y viajaremos así por años, cómo lo hemos hecho hasta ahora porque... porque... porque muchas manos en un plato, hacen garabato.
Acto seguido, la azafato murió. Se hizo agua, luego polvo, luego espíritu indio, luego fuego fatuo y finalmente expiró.
Corrí lo más rápido que pude hasta la puerta de la cabina, forcejeé unos segundo con la puerta hasta que pude abrirla violentamente y me abalanzé dentro de la cabina.
Cualquier cosa que me hubiera encontrado hubiera sido mejor que esto: la cabina estaba vacía. No tuve tiempo para ponerme a pensar si la historia de la azafata había sido puro cuento, una construcción de su locura o una paparruchada metafórica. Los instrumentos del avión empezaron a chillar, las agujas a moverse desesperadamente, la presión de aire en el exterior aumentaba a medida que acelerabamos en picada.
Tomé el volante, grié con todo el aire de mis pulmones y me enfrenté al vacío.
10.5.11
La cabina del piloto
Publicado por Rogo en 10:46 a. m.
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