21.2.11

Verónica

Y ahora no estás. Me enseñaste, me enseñabas cada vez. Me abrazaste demostrándome que me querías de verdad, que no había falsedad en eso. Una parte de mí (aquella que esquivaría mil bombas de crema sólo para verte reír) supo desde el primer día que su destino estaba atado al tuyo (o por lo menos a esa parte de vos que se sonrojaría si estuviera leyendo esto). Porque me llevaste a ver con ojos diferentes esos pasillos que ya había recorrido tantas veces. Era gracioso pensarlo, porque era imposible. Cuánto empuje, cuánta garra, cuánto amor. Vos, de porcelana; yo, de barro, imperfecto, pecador. Cobarde fue no decírtelo antes de que ese avón despegara. Pero expresarlo con palabras lo habría hecho real, y no, no qureríamos eso. Queríamos que quedara en un mundo que habitamos solo nosotros dos, en un lugar de mi corazón. Cada paso que doy con pies de gigante lo hago por vos, porque así me enseñaste, pasito a pasito. Tenés los ojos más transparentes y la sonrisa más amplia que hay podido disfrutar jamás. Doy gracias por haberte conocido. Es raro pensar en el recambio de las hojas. Pero tu destino estaba atado con un hilito allá, un hilito fuerte del corazón. Mi color es tu nombre, ¿alguna vez te diste cuenta de eso?

No sé por qué escribí todo esto. Tal vez porque encuentro que cuando no puedo callarlo más y no puedo o no quiero decirlo, tengo que escrbirlo. Y con esperanza de que lo leas y sepas que te habla a vos. Mil perdones y mil besos. En ese orden.

0 comentarios: