5.9.11

Malo conocido

"¡Mierda!" pensé mientras caminaba de vuelta a casa mirando la humedad en los adoquines que transcurrían por debajo de la punta de mis zapatos, con la postura obligatoria de las manos en los bolsillos y la boca torcida en una mueca de amargura. "Debo comportarme mejor."

Minutos atrás había abandonado la casa de uno de mis mejores amigos, uno de los pocos que me quedaban luego del exilio masivo. Habíamos pasado la noche en penumbras, con música fuerte, humo y alcohol en cantidades.

Cuando emprendí el viaje hacia allí no esperaba encontrarme con tanta gente. No esperaba la presencia de Samuel por sobre todo. El era de otro palo, ahora buscaba otras emociones. No esperaba la ausencia de Elena, tan fiel, tan alegre, tan dispuesta a irse con cualquiera que le prometiera cosas imposibles. No esperaba el abandono de Fernando, y menos que menos con una excusa tan pobre.

Lo que sí esperaba (no esa noche en particlar, sino que siempre lo espero) era conocer una mujer.

Podría calificarla de felina, sí, es la palabra que mejor le cabe. Pero luego tendría que enfrenterma al dilema de que nunca me han gustado los gatos.

Allí estaba ella, disfrutando de la noche. Por el otro lado estábamos yo y mi cigarrillo, onsumiéndonos de a poco. Nunca supe como hablar con las mujeres y calculo que en toda la noche habremos cruzado apenas un manojo de frases. Pero su andar, ese andar sinuoso y cautivante, me mantuvo atrapado toda la noche.

Martiniano habia evitado el exilio por el sólo hecho de ser alegre. En ese reducto de perdedores, su alegría resaltaba y llamaba la atención de todos, incluyendo a mi mujer felina y por momentos hasta la de un servidor, haciéndome olvidar de la tristeza eterna que me invade cada noche y me abandona cada diciembre. Lo envidio, lo odio y le estoy eternamente agradecido.

Cuando estaba acabándose el alcohol, apagué mi último cigarrillo en la punta de la mesa y tomé coraje. La mujer felina como los hombres miraba aburrida, como si lo hubiera visto miles de veces, el espectáculo que le reglaban más de dos hombres bailando a su alrededor como pájaros azules que buscan deslumbrar. No hablaré más de Rodrigo o de Javier porque no se lo merecen.

Coraje. Lo que nunca tuve. Me paré, atravesé el círculo de danzarines y entré al baño temblando. Meé, me lavé las manos y me paré inquisidor frente al espejo. Lo que este me devolvía no me era ajeno.

"Puto, cagón, marica. Te la das de Humprey Bogart con tus cuentitos de tono oscuro pero te aterra una pendeja que prefiere el verso de casette de un par de imbéciles a un hombre de verdad."

Volví al salón, la música había menguaod y la oscuridad era total. Alguien, seguramente Lucía, estaba abriendo la puerta que daba a la calle y con quejas mañosas mostraba su desacuerdo a la actitud infantil del resto.

Un paso, otro, otro más.

Cuando me di cuenta corría en cualquier dirección con tal de alejarme de ahí.

Una cuadra, dos, diez, mis piernas estaban tiesas y se manejaban automáticamente.

Cuando pude parar y mirar hacia atrás me di cuenta que el frío me penetraba. "Mañana volveré sin falta a buscar mi gabardina" me dije castigándome. No será nada fácil volver al lugar de la vergüenza. Cuando José o Marita encuentren la gabardina azul tirada en el piso entre los restos de la felicidad ajena no tardarán en suponer quién es su dueño.

Volteé, retomé la marcha y pusé las manos en los bolsillos para combatir el frío. Y así como si nada estaba de nuevo en terreno conocido.

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