Eramos dioses. Amados y temidos al mismo tiempo. El sentimiento más hermosos que se puede pedir. Los mortales nos rendían tributo y asociaban cualquier fenómeno a nuestras acciones. Eramos causa y efecto de todo.
Hasta que llegó él. Ese barbudito que lo cambiaría todo.
Ventiún siglos después las cosas son muy diferentes. Ya no estamos en la cima. Caminamos entre los mortales como si fuéramos iguales a ellos. Ya casi no usamos nuestros poderes porque de nada sirve usarlos si nadie reconoce su origen.
Yo era el patriarca, ahora soy sólo un viejo. Claro que los demás todavía me piden consejos, pero solo lo hacen por amabilidad. Ninguno me venera ni me teme. Las mujeres ya no desean acostarse conmigo y llevar en sus vientres a uno de mis hijos, ésos que tanto bien han hecho al mundo.
Mi mujer se divorció de mí. "Ventajas de la vida moderna" me dijo mientras se subía al auto de su instructor de Pilates.
Mis hijos y hermanos han encontrado nuevas posiciones en este mundo.
Sólo yo he quedado sin rumbo. Mi lugar era en el trono mandando por sobre todos. Ahora grito mis órdenes al cielo pero nadie las escucha. Soy el único que no le encuentra la gracia a la independecia.
El domingo tengo que ir comer a la casa de los mellizos. Confieso que no produce el más mínimo entusiasmo. Ellos son tan bellos y están tan felices que me deprimen más todavía.
Ayer visité a mi hermano en el cementerio. No es que haya muerto, los dioses no podemos morir. Ha encontrado dinero y satisfacción fundando un cementerio privado. Le pedí que me matara, y me dijo que incluso para él era imposible.
Quiero ser un dios nuevamente, pero los hombres no están preparados para eso.
Quiero morir, pero incluso yo tengo miedo de lo que me pueda encontrar del otro lado, ahora que yo estoy en éste.
7.12.10
Zeta al principio, Ese al final
Publicado por Rogo en 7:04 p. m.
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