Comenzar un texto sobre una mujer influyente en mi vida diciendo que alguna vez estuve enamorado de ella es algo redundante y que se da por sobrentendido. Sin embargo, aquí estoy haciéndolo.
Alguna vez estuve enamorado de ella. Fue allá cuando las rastas, el Galpón de la Comedia, el Match como novedad y Agustín Gómez. En esa época (y hasta el día de hoy) ella aparecía como la excepción a aquella regla que dice que las mujeres no son graciosas. Pero había algo más. Su rostro de nena, su ingenio callejero, su cuerpecito diminuto. Algo más.
Cuando me llamaron para integrar el elenco del Match pasaron miles de cosas por mi cabeza. Juro que ninguna tenía que ver con ella. Hasta que la ví.
Ella estaba ahí, y yo también estaba ahí. Y a partir del momento en que estuvimos los dos en el mismo lugar, otra dinámica se puso en movimiento.
Debo agradecerle su humildad, esa que siempre estuvo a mi disposición cuando sentí que jamás podría estar a su altura. Me enseño tanto, de forma consciente y de la otra también. Sólo hacía falta mirarla.
Pero como pasa con todas las mujeres que me hacen bien, un día se van. Me puse muy felíz de saber que ese viaje que le había costado tanto hace no tanto tiempo, por fin estaba llegando una estabilidad en todas las materias. Una estabilidad a su estilo, muy diferente al de cualquier ama de casa suburbana. Y es el segundo amor que Perú me roba de manera permanente. Que envidia que te tengo Perú!
Y estas palabras me salen hoy porque se sienten obligadas a salir. Porque después de decirle que la bancaba en la peor y que se merecía todo lo bueno que le estaba pasando, me faltaba decirle algo más. Que es grande (ja! que ironía), que es para mí una maestra tácita y que cuando salga empuñando la bandera argentina como representante de este país, mi corazón se va a hinchar de orgullo pensando que no hay nadie mejor para el puesto.
Brindo porque la mejor improvisadora que conozco (y que encima es mi amiga, que no es poco) tenga la vida que se merece. Y que porque vuelva más seguido al país y nos podamos volver a cruzar sobre las tablas.
Por todo eso, y como agradecimiento a las palabras hermosas que tuviste siempre para mí, te dedico el que será probablemente el único triunfo oficial de mi vida.
15.1.12
Para vos, Palau
Publicado por Rogo en 12:29 a. m.
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